jueves, 26 de febrero de 2009

La noche del nueve...


La noche del nueve se reiniciaba el ritual. Fue como bailar en torno al fuego por primera vez; bajo un manto de estrellas que se configuraban en el techo prefabricado de la estación de metro, al tiempo que miraba al infinito del punto de fuga, escaleras abajo, viendo que subías y reconociéndote por primera vez.


Cuando me encuentro con alguien que he conocido mágicamente antes (internet) siempre actúo de una misma manera, o al menos eso creo. Primero me excito, pero nada de tensiones y fuerzas a compresión bajo mi pantalón, sólo es ánimo emocional, todo inofensivo y bonachón, como el perrito que mueve la cola cuando ve que su amo agita las llaves y coge su correa para ir a pasear. Una dosis de adrenalina muy depurada y directa al sistema nervioso, recibida gratamente por el córtex.


Lo que sucede en las horas siguientes es la más pura obra de teatro en la que ambos jugamos a ser nosotros, y no somos de otra forma que como nosotros mismos pensamos que somos. Porque tu auténtico yo lleva horas borracho de contento y nervioso junto con el otro , también tránsfugo; como si se tratara de una preparty en la que la coca, y el LSD son sólo disfrutados por quienes nos observan y saben que el verdadero placer, el no sintético y sí orgánico, vendrá después.


Son horas de trabajo agotador, que de forma sutil se inician en el desligamiento del yo, como una curva asintótica que viene desde el menos infinito, casi ligada pero nunca unida a este, y se convierte ahora en una curva completamente alejada del eje instintivo al que determinamos en primera persona.

Como dije, casi siempre ocurre de la misma forma. Alcanzamos un máximo absoluto que se materializa en alguna que otra carcajada furtiva y seguro que forzada por parte de ambos, y en otros relativos, que quedan en miradas y sonrisas patéticamente cómplices. Poco a poco el organismo vuelve a tender al límite asintótico de su estado normal, momento en que dejamos de estar definidos para todo intervalo que no se encuentre entre las sabanas y tu cuerpo.


Y aquí nos reconocemos. Un beso no es un beso, es un "hola, este soy yo, esto soy yo, y estoy aquí. Te beso porque yo beso así y quiero hacértelo saber". Por eso siempre besamos sin lengua antes, porque las presentaciones se hacen por partes; hay una jerarquía. Al igual que no presentarías a tu familia empezando por tu primito recién nacido o por el menor de los nietos, sino por los cabezas de familia. Los labios, van primero.


Sin embargo besar con lengua no es ya una presentación, es una osadía, es algo así como un "esto que notas es mi lengua. Y sí, está mojada y me atrevo a introducirla en tu boca porque quiero tocar también la tuya. Atrévete" De alguna forma es el inicio de toda perdición, es una desnudez a la que se llegará de forma paulatina, y arriesgando siempre por parte de uno y otro. Las manos, son los ojos, y palpar es un pestañeo. Las caricias, son vistazos generales y los masajes, una lectura profunda.


De alguna forma siempre habrá condiciones que estén asociadas al material del que estamos hechos; que son inherentes al cuerpo, a su forma y su geografía. Además llevamos de serie un código socioestructural que ha permeado nuestra mente durante años. La tuya, la mía y la de todos. Igual que asociamos formas con tamaños y usos, desciframos de la fisionomía humana, qué pasará entre nosotros esta noche. SIn duda esto no son más que elucubraciones basadas en estereotipos que nada o todo tendrán que ver con lo que encontremos auténticamente después.


Así, que el chaval esté tremendo, no significará que solo quiere un polvo hasta el momento en que te diga "ha sido un placer, ya repetiremos" al tiempo en que tú aun te estas vistiendo y el ya ha salido del todo por la puerta y anda ya casi perdido en el punto impropio del pasillo. Para ese momento miras atrás, compruebas que ni siquiera tienes su teléfono y te quedas anclado al estereotipo del que hablábamos. Estás cansado y sonríes. Sabes que no te podía pasar nada mejor, porque al fin y al cabo, lo esperabas.

jueves, 5 de febrero de 2009

Sarna


Los ácaros encontraron la forma idónea de penetrar en mi piel. Disfrazados de caricias y abrazos, no tuve ojos para distinguirlos y mi debilidad no puso esfuerzo alguno en detenerlos.

Poco a poco fueron invadiendo la dermis, aprovechando cada poro y anidando en cada folículo que devoraban, como diminutas bestias que escapan a la percepción de la escala humana. Excavaron grutas y vías subterráneas, catacumbas; sistemas de bóvedas y arquerías de una perfección sólo conocida en Roma. Sin oponerme, hicieron de mí un panteón y un coliseo; una superposición de polis que dejaban a la vista la retícula hipodámica que llegaba a mi esqueleto.

Acabaron con el corazón y los pulmones. Sin aire y sin latir, perdí el espíritu. Pronto me vi en la literalidad de no tener agallas para enfrentarme a ello. Pero los observaba. Quieto.

Dejé pasar los meses y ya apenas quedaba tejido; algunos resquicios adheridos a un cúmulo de huesos ligados por tendones roídos y bañados por venas y nervios carcomidos. Perdí la vista al exterior y sólo me quedaron oídos para mi propia voz. Perdí el interés por las personas mientras me limitaba a contemplar mi deterioro sin intención de ponerle freno.

Momificado y entregado a la autocompasión como si de una religión se tratara me miré al espejo y pude ver cómo mi piel lucía perfecta, igual que el primer día, sin manchas ni surcos; sin cartílagos rasgados y con ambos cristalinos intactos; con todo lujo de cejas y pestañas en la cara.

Mi piel está limpia, sin rastro de ácaros ni huella de estos a su paso. Se que no es animal lo que me ataca y por primera vez concibo el miedo como al ser más pequeño e imperceptible. Mi piel sigue limpia, aunque rezume miedo cada poro.

Es ahora el momento de pedir ayuda a los que saben. Son humanistas y curan. Terminan con todo dique o presa que encuentran a su paso. Hacen fluir lo constreñido por los hombres en lo hondo.

Con sólo mencionarles ya me siento mejor.



Dibujo. "More Mika and less Obama"
Cartagena 27-01-2009