
Hoy, la vida me sonríe.
Acabo de oír el golpe seco y contundente de la puerta del coche, que se mezcla con el vibrar y el eco del tráfico madrileño, al tiempo que noto el aire frío y enérgico de la mañana mientras pienso: si fuera mujer...
Si fuera mujer, en este momento hundiría fuerte el tacón con paso amplio y firme y agitaría mi rubia melena al viento. Con esa prepotencia y soberbia digna que impregna a algunas mujeres. Porque no habría mujer que se sintiera tan vivo y tan hombre como yo en ese momento.
Y aquí sigo, taconeando con mi suela plana y agitando mi rubia melena morena que no precisa de plancha o secador; camino de clase, luciendo modelo ante las divinidades varias, masculinas todas ellas, que habitan mi escuela reivindicando la vanguardia de su estilo en todo momento.
Tacón, punta, tacón, punta, tacón...
Resulta difícil de explicar porque no todos los días se vuelve a nacer. Sin duda es una experiencia peligrosa, algo lenta para lo que se sufre y desde luego arriesgada. Pero una vez que te retiran la placenta y respiras, ya nada te puede separar del aire que hincha tus pulmones.
Las últimas semanas las había pasado viviendo del recuerdo del vientre materno. Sufriendo y lamentándome de no poder volver a él; a la protección y confianza despreocupada que te proporciona; al infinito calor y amor de su interior. Por suerte ya no depende de mi el regresar.
Cuando un vínculo tan fuerte se rompe no hay forma alguna de cuantificar los daños, ni medida de tiempo con la que predecir cuándo volverá a su cauce. Puede que no lo haga nunca; y de volver, jamás tomaría el mismo camino.
Aquí estoy yo. Hombre o mujer, ahora es lo mismo. Recién destetado, con el celo de mamá tras la nuca y con la sonrisa interior y granuja del niño que redescubre por vez primera su libertad.
Ahora mi respiración se convierte en bocanadas de aire, una energía que desconozco me invade; ya no recuerdo como era tener sueño, ni cuánto me pesaban los párpados. Ya no recuerdo la sombra que se avecinaba sobre mis ojos a cada pestañeo, la que se volvía más lenta cada día, y me cuestionaba cuánto peor sería lo que vería segundos después. Ya no recuerdo nada que no merezca recordar.
De vuelta a mi escuela, noto cómo me miran y miro. Si alguien puede presumir, ese soy yo. Neonato, orgulloso y dispuesto a cuestionarle a cualquiera cuánto mejor ha sido su noche anterior.
Dibujo. "Llegué a Madrid en un barco"
Madrid 09.10.2008