lunes, 8 de diciembre de 2008

Lo que nunca te contaron





Para describirla voy a necesitar a algo más que palabras porque describir a alguien tan complejo y sencillo a un tiempo lo requiere. Seguramente lograríamos entender cómo es, a mi forma de ver, mediante un fragmento que ni si quiera la mencione. Algo así como hablar del contenido sin hacer referencia al contenedor; porque si de algo estoy seguro es que estamos hablando de un enorme contenedor de cosas, de infinidad de ellas. Y cuánto me gusta que sea así.


______


Aquel día en que Astrud Gilberto se levantó en la mañana, se dirigió primero a tomar una ducha tranquila; le gustaba tomarse con calma el despertar. Tras el desayuno, no lo puede evitar y cae un vasito de refresco de cola sin azúcar. Ya en el escritorio lee su correo. Buenas noticias. Su amigo el señor Drexler  está preparando un nuevo trabajo. Jorge canta y escribe entre otras cosas. se conocieron hace años cuando ambos tomaban clases de canto de unos mismos profesores. 

Astrud tenía buenos amigos, no en exceso, pero amigos reales. Se reunía con ellos cada viernes. Nunca tenían un sitio fijo ni un propósito estable. Incluso en ocasiones no quedaban los viernes porque casi ningún viernes parecía viernes por motivos de trabajo. De esta forma quedaban cuando podían bajo la condición de llamar viernes al día en que se reunían para cargarlo con todas las connotaciones positivas que implica ese nombre.

Unos días en el sushi bar, otros en un café o incluso en la azotea de algún hotel de la capital. La última vez que estuvieron juntos llevaron a cabo su particular ruta por las salas de exposiciones de arte de la ciudad. Les gustaba estar al tanto de lo que se movía en las mentes de otros que, como ellos, hacían de su vida un proceso de investigación y creación.

Siempre tenían proyectos extralaborales en mente, pero la escasez de tiempo les dificultaba su puesta en marcha. De alguna forma todos sabían que llegaría el momento para ello. Estaban siendo meses intensos de trabajo. La más joven de ellos era Lourdes aunque todos la llamaban Russian. La pobre había tenido noches enteras de pesadillas que nada tenían que ver con la dulzura y la delicadeza que la caracterizaban. 

Con sangre y sexo -dijo- sexo del duro.

Le aterrorizaba más la idea de soñar con ese género que el sueño en si. La miraban algo sorprendidos, quizá preguntándose el origen de su rareza, pero es que nadie en esas reuniones era normal en términos convencionales. Russian tenía predilección por los libros; los devoraba. Además coleccionaba series de fotos que encontraba. La que más polémica suscitó fue la de peluches asesinos, en concreto una foto de unos conejitos con sangre en la boca. Muy divertida.

Los hermanos Hidrogenesse, eran los menos cuerdos de todos. Siempre pedían lo mismo: café solo, en verano con hielo, y siempre cargadito; la cafeína les daba la vida, al igual que los chicles de menta tras el almuerzo. Quizá fueran la nota neurótica y algo bipolar de todos ellos, pero eran imprescindibles en sus reuniones. Nada les divertía tanto como dejar volar su imaginación, especialmente los días de agotamiento mental, donde no había trabas para su lengua e ingenio.

Todos echaban de menos a Facto, que ya no residía en la capital, aunque mantenían el contacto gracias a Kahlo, quien no dejaba de actualizarles en el panorama musical.

Sin duda eran un grupo de amigos peculiar. Todos distintos pero de alguna forma compatibles. Como los elementos de un único aparato al que dan vida cuando están ensamblados. Nunca eran un número fijo, ni si quiera limitado ya que iban sumándose conforme se conocían. Y todos encajaban; todos atravesaban el mismo tamiz hasta llegar al mismo punto de filtrado. Así sabían que estaban hechos los unos para los otros, por lo que estar juntos debía ser maravilloso y no dejarían de reunirse.


Aquella tarde de febrero era un viernes de los que no lo parecían, por lo que no se habían reunido en torno a ningún café. Ni si quiera lo tenían previsto y, sin embargo, todos iban llegando poco a poco a la misma habitación del hospital. Se respiraba una atmósfera cálida y anestesiada; la que sucede a un intenso dolor. Al fondo, dos antiguos amigos a los que hacía tiempo que no veían. Algo en sus vidas cambió meses atrás. Los recién llegados advirtieron que ya no vestían igual. Su indumentaria hippie tardía y su aire rockero despreocupado estaba lejos de ser como era.

La mujer acunaba a su niña, recién nacida, en su regazo. El padre, perdía la vista en la fragilidad infinita que impregnaba a la criaturita. Astrud, Jorge y Russian le acompañaban. Hacía mucho que no se veían pues el embarazo había cambiado sus planes de vida por completo. Tuvieron que dejar atrás mucho de lo que hacían, incluidas esas reuniones; sabían que tener a Laura les exigiría cierta estabilidad. Cambiaron las raves y las telas de estampados coloridos por un hogar y un empleo estable. 

El padre les presentó a su nuevo tesoro. Pasados unos instantes se hizo un silencio que los hermanos Hidrogenesse rompieron al llegar. Tan pronto como entraron, sometieron su locura a la concentración y silencio de la habitación, que dejaba ver las arrugas de la piel, todavía violácea, de la pequeña, bajo una luz atenuada.

Pasarón largos minutos de silencio y observación. Todos miraban incrédulos aquel diminuto ser arropado por un pijama rosa palo y gris. Ella dormía apenas sin moverse, dueña de una quietud que sólo tiene quien acaba de nacer, aunque a ella le acompañaría toda la vida.





Lo que hasta ahora vivimos juntos... -dijo el padre

Tendrá que quedar entre nosotros - añadió en un susurro la madre, tratando de no despertar a la criatura.
Al menos hasta que crezca - terminó.

Todos asintieron conscientes de que aquel momento era una celebración y una despedida, por un tiempo. No había disgusto ni reproche alguno porque sabían que el viento cambiante de sus vidas no era lugar para un neonato. Así, asumieron con plena madurez lo que debía ser así y no de otra forma.

Poco a poco se fueron marchando. Los hermanos Hidrogenesse lo hicieron primero, seguidos de Russian y, más tarde de Jorge, quien se ofreció a acompañar a Astrud a casa. Ella decicidió quedarse un poco más. Luego, besó a Laura en su diminuta mano y compartió una última mirada de afecto con sus padres antes de marcharse.

Sin duda sabía que tendrían que esperar.



Fotografía de Anne Geddes



3 comentarios:

Anónimo dijo...

lloro







:) te quiero

Anónimo dijo...

Sencillamente genial, algún día reuniré fuerzas y conseguiré ordenar mis ideas coherentemente... Lo mismo consigo escribir algo, que con suerte será la mitad de genial que cualquiera de tus actualizaciónes.

TE QUIERO!!!

Luis dijo...

oye, tuuu estas mal de la chota no adri?

un beso