martes, 5 de mayo de 2009

Todo sobre mi padre




Cuando conocí a mi padre ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Era inevitable admitir que era su hijo al igual que era inviable el volver por el camino que había venido; en todo momento me negué a entrar de nuevo en su uretra.


Mi padre es un hombre de vida ejemplar y sanas costumbres; heterosexual y noble; Capricornio.


Inteligente, sin dudarlo, tuvo olfato para abrirse camino donde no parecía haberlo. Pudo huir a tiempo del cortejo de una hembra sagaz, ahora panadera del pueblo donde vivía, y afortunadamente conoció a mi madre. A partir de ese momento no se distinguir en qué punto culmina el olfato de mi padre para dar pie al desarrollado instinto revelador que toda madre, y la mia en concreto, posee.


La vida en un pequeño pueblo nos plantea serias preguntas. Si le damos a un hombre la capacidad de trabajo y el espacio-tiempo necesario para desarrollar su vida con la condición de no hacer más preguntas, ¿qué ocurriría?


Que indudablemente estaríamos hablando de mi padre. Un hombre respetado, sin ambiciones ni inquietudes artísticas. Un hombre a quien le gustaría tomar algo más de azúcar de la que ya toma y poder dormir de un tirón toda la noche sin tener que orinar entre las cinco y las seis de la mañana diariamente.


Juan se levanta día a día en torno a las siete. Café, prensa digital, un pequeño paseo por el jardín de gres porcelánico y arbustivas, y un austero, pero lleno de cariño, saludo matutino a la pequeña maltés que convive con ellos. Más tarde se dispone a marchar al trabajo, siempre acompañado de su mujer, quien le hace esperar cinco minutos más de lo que un humano soportaría. Nada me inquieta tanto como lo que pueda pasar por la cabeza de mi padre, que por sencillo, ha de ser extremadamente complejo.


Ni muy delgado y para nada obeso, Juan posee un punto medio equilibrado como herencia de sus años de entrenamiento en la Marina. Un rango elevado y en excedencia dado el declive del servicio militar del país en el que vivimos.


Juan disfruta del golf algunos fines de semana, aunque no es en absoluto su pasión. Si preguntáramos a alguien que cree conocerle, nos diría: "Los barcos. Los barcos y navegar es su pasión." Sin embargo, no hay nadie tan cercano como quien ha salido por su uretra para negaros esto y aseguraros que su verdadera pasión no son ni por asomo los barcos, ni la travesía en alta mar, sino su mujer.


Hace años me cuestionaba cómo dos personas como mis padres seguían casados. Ahora se que no podía ver más allá de lo que ve un niño de ocho años. Mis padres son una conjunción binomial perfecta. Dos términos opuestos que en suma funcionan como conjunción.


Si mi padre no perdiera la cabeza por su mujer, ya estaría Pacífico adentro con cualquier otra, panadera o no, en un Bavaria 50.


Juan disfruta de la navegación porque le acompaña su mujer. Al igual que treinta años en el mismo oficio le son como unas vacaciones en aguas de Ibiza; porque le acompaña Loli, su mujer.


Por tanto, si buscamos en la RAE, queda definido como "Juan" todo aquel hombre que siendo Capricornio, heterosexual y navegante no es sino en compañía de su mujer.


Loli, en cambio, tiene espíritu de arquitecto. Siempre replanteando y dando un nuevo punto de vista a las cosas, a pesar de ser mujer de claras costumbres y con afán de inmortalidad. Te negará rotundamente que está cansada si ello supone poner en tela de juicio su espíritu jovial, que por supuesto posee.


Al teclear "Loli" en Google aparecerá la referencia de la mujer en quien puso el ojo mi padre tras deshacerse de inoportunas avenencias.


Loli era demasiado joven y Juan lo sabía ,pero ambos decidieron no esperar. Mi madre se convirtió en algún momento en la Osa Mayor que indica el rumbo a todo navegante. Y juntos han levantado, a mi parecer, un imperio. Familia, perros, barco y un maravilloso hogar.


Entre los que conocen bien a mi madre, me encuentro yo. Sería capaz de ponerle voz en off a un capítulo de su vida y hablar por ella en todo momento. Si algo sabe Loli es que su marido le quiere de sobremanera. No se lo dice, ni ella a él, pero forma parte de un código secreto no escrito en mi casa. De no ser así, Loli no se permitiría ciertas excentricidades que sabe que no comparte con su marido.


Al igual que no se reprime si un día tiene que dejar fluir su mal humor, Juan tampoco reprime sus ventosidades en el salón. Y esto para mi es garantía de toda tranquilidad porque nada me hace estar tan seguro de que ambos se quieren.

3 comentarios:

Luis dijo...

ventosidades (risa)

Anónimo dijo...

¬¬

Anónimo dijo...

Cuando vuelva a probar el pan de esa panadera, me acordaré de esta historia. Qué bonita y qué cercana.